
De hace un tiempo para acá he dejado de sentir todos esos sentimientos que en algún momento, terminaron de definir o de darle el impulso definitivo a mis añejos deseos de salir del país. Sentimientos como la frustración, la rabia, el desencanto, la impotencia y la desesperanza han dado paso a otros sentimientos más nobles, tal como la Esperanza, que es con el que más me identifico.
Hasta aquí no hay nada de malo con eso, ya que la emigración abre para mí y mi familia un abanico de opciones donde la determinación, las ganas de superarse y el trabajo tesonero, seguro estoy que darán sus frutos, por demás dulces, que en mi país se hacen cada vez más difíciles de obtener.
Lo malo comienza cuando me doy cuenta que he caído en una gran indiferencia hacia las circunstancias que me rodean, la sociedad en la que vivo y en el aislamiento voluntario de todo lo que pueda perturbar mi partida del país. Siento gran tristeza por toda la familia y amigos que van a quedar atrás, en un país que desde mi humilde óptica, aún no ha sufrido lo suficiente y donde quedan peores cosas por suceder. Por tal motivo leo menos prensa, no toco temas políticos, no me importa ya el rumbo que está tomando el país e incluso, he llegado a pensar y he tomado para mí algo que escuché una vez, que decía “tenemos el gobernante que como pueblo nos merecemos”. Esta burbuja en la que me encuentro, me ayuda a mantenerme enfocado en lo que estoy buscando y ya dejo para los que queden aquí, la preocupación de como van a salir adelante, ya que por el momento, no me siento parte de este país y de esta sociedad. Sin embargo, cuando lo pienso, sé que mis querencias siguen aquí y sé que sus frustaciones serán las mías y sus preocupaciones también serán mías.